Ifigenia. Diario de una señorita que escribió porque se fastidiaba es una novela de la escritora venezolana Teresa de la Parra publicada Francia en 1924.
Ifigenia la leí hace tiempo en 1989, encontré el libro en una venta de libros usados afuera del ateneo de La Victoria (no recuerdo si para esa época seguía ahí el mercado municipal: que después fue mudado al frente de la urbanización La Mora).
Lo leí emocionada hasta que me di cuenta de que el libro no terminaba sino que tenía una continuación. Lo que fue casi un tormento porque tendría que esperar todo el domingo para ir a buscarlo. El señor que me vendió la primera parte ni estaba enterado que eran dos. (Ahora pienso «¿Por qué no fui a una librería?»).
Me imagino que por lo romántico que me pareció encontrar un libro que no estaba buscando, QUE EL ME ENCONTRÓ A MÍ.
Lo leí con emoción y me gustó. Después lo pasé a dos amigas y nunca más lo volví a ver; «eso de que si prestas un libro jamás lo vuelves a ver: ES CIERTO.
Ahora con nostalgia lo volví a leer, llevándome al recuerdo del primer día que lo encontré en la calle y que mi esposo me lo regaló.
Lo leí con otros ojos, con la mirada de una cincuentona, pero con la mente y el recuerdo de una veinteañera.
A esta historia le doy 10/10.
Aquí dejo el argumento.
La protagoniza una chica de unos 18 años, María Eugenia Alonso, quien recién ha vuelto a Caracas después de una larga estadía en Europa. Descubre que ya no tiene herencia y que tiene que vivir en la casa de su abuela y buscar un buen matrimonio.
Tres meses después de la muerte de su padre, María Eugenia se ve obligada a regresar a Venezuela de París donde había pasado el tiempo gastando en moda y libros. Al llegar, es recibida por su tío Eduardo, su esposa María Antonieta y sus tres hijos. Toda la familia le causa mucho disgusto a María Eugenia, pero pronto regresa a la casa de su Abuelita.
Un día, la abuela le comenta que herencia, una finca, ya no le pertenece. Su tío Eduardo la ha heredado. Después, su tío Pancho explica que su padre se la encargó a Eduardo cuando se fue a Francia y lo dejó como único administrador. Su padre se gastó todo su dinero en Europa, pero Eduardo lo engañó por lo que al morirse, parecía que lo hubiera gastado absolutamente todo, incluyendo la herencia de su hija. Sin embargo, Pancho dice que sospecha que tres cuartas partes de la hacienda son suyas y que estas han sido robadas por Eduardo, pero que no hay manera de rescatarlas. Abuelita, mientras tanto, niega firmemente cualquier duda que haya sobre su hijo y lo honra diciendo que es el único hijo que sí vive de acuerdo a una buena moral. Además, critica a María Eugenia quien ha regresado de Europa con ideas demasiado libertinas y quien se junta, a causa de su tío Pancho, con Mercedes Galindo, quien apoya también apoya esos pensamientos parisinos.
El tío Pancho y Mercedes le presentan a Gabriel quien, al principio, no le parece muy atractivo a María Eugenia, pero al final termina enamorándose de él. Después de un altercado con Abuela y su tía Clara, ella se va con sus amigos y, al regresar, su abuela le dice que se irán a la hacienda de tío Eduardo un tiempo para que ella "aprenda a querer a su familia". Lo hacen y, con el tiempo, la reclusión de la sociedad hace que María Eugenia empiece a querer a sus primos y deje algunas de sus ideas libertinas. Pronto escucha que Gabriel se ha casado y ella queda desolada.
Pasan dos años y María Eugenia comienza a escribir su diario de nuevo en el que dice que ya ha dejado atrás esos pensamientos de libertad: ahora ha aprendido a cocinar, a tejer, se sienta "como señorita", ya no tiene conversaciones con su sirvienta negra y, además, tiene novio. Se llama César Leal y lo conoció porque su abuela le permitió asomarse a la ventana después de los dos años de luto que tuvo por su padre. Al hacerlo, llamó la atención del joven quien ya había abandonado a otras novias, pero que parecía decidido con María Eugenia decidido con María Eugenia. Ella acepta casarse con él, pero durante el compromiso descubre que quiere controlar cada aspecto de su vida: no puede maquillarse ni tener el pelo corto ni ir a bailar ni al teatro ni usar escote ni pedir cosas de Francia ni leer (porque su prometido cree que las mujeres tienen cabeza solo para adornar y no para ser usada, sino para que complazca a los hombres y sepa procesar sus órdenes)... Ella acepta todas las limitaciones y empieza a censurarse incluso en la manera en la que habla.
De pronto, el tío Pancho se enferma gravemente lo cual causa que Gabriel lo visite en le hospital. Allí, se vuelve a encontrar con María Eugenia y le confiesa su amor. Le dice que no es feliz con su esposa y que ni siquiera vive con ella. María Eugenia no sabe cómo sentirse y pasa unos días evadiendo como puede a Gabriel. Aunque se miran en el hospital, nunca pueden hablar porque siempre hay otros presentes. Finalmente, muere el tío Pancho y en su lecho de muerte ellos se besan. Gabriel le manda una carta esa misma noche diciéndole que se escapen y que a las 5 de la mañana la esperará en un carro para irse a Nueva York diciendo ser recién casados y luego irse a Francia en secreto. Ella empaca sus maletas y se va a esperar a media noche, pero tía Clara la descubre. María Eugenia le dice que quería ir a misa muy temprano y que, al darse cuenta de que era media noche, decidió esperar en el granero. Tía Clara la dirige de regreso a la casa. A las tres de la mañana, María Eugenia llama a César Leal para decirle que ya no se quiere casar, pero el miedo se lo impide y él le dice que el luto no es suficiente causa para atrasar un matrimonio y que se casarán en ocho días. Ella acepta y, desanimada, escribe una carta a Gabriel donde dice que su carta la ha partido en pedacitos y que está indignada de que haya propuesto tal cosa. Declara estar enamorada de César Leal. La sirvienta, Gregoria, va a dejar la carta y Gabriel le manda a decir a María Eugenia que se va a Nueva York para nunca regresar a Venezuela, pero que sabe que lo que escribió en su carta es mentira.
El día siguiente, llega el vestido de novia de María Eugenia, pero ella, cansada físicamente (con ojeras) y emocionalmente, le dice a su tía Clara que no se lo quiere probar en ese momento.
El libro termina explicando que en la mitología griega hubo una Ifigenia que se tuvo que sacrificar por el bien de los hombres y porque los dioses lo requerían. Debemos asumir, que esto mismo está haciendo María Eugenia.



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