Horacio, dejó de hacer sus abdominales porque escuchó sonar su móvil, se secó el sudor antes de contestar: era la madre de Esteban, su mejor amigo. Le pareció extraño que lo llamara, y más a esa hora.
—Horacio, la policía encontró el auto de Esteban, por favor, ayúdame. Necesito que alguien vaya a reconocerlo.
La mujer habló sin siquiera saludarlo.
Los sollozos no le permitían escuchar los motivos para no ir ella misma. Y sabía qué Rosario, la esposa de Esteban le sería imposible viajar ya que estaba a punto de tener a su bebé.
—Tranquila, no te preocupes. Claro que iré, es mi mejor amigo.
Aceptó ir, además también estaba preocupado. Llevaba tres días sin saber de Esteban. La última vez que hablaron por teléfono fue de madrugada. Esteban estaba cenando en un restaurante cercano a la carretera.
A Horacio le preocupó que estuviera tan tarde por la carretera y le había recomendado que se quedara en el hotel que quedaba cerca del restaurante y que siguiera el viaje al día siguiente. Pero Esteban le respondió que no se preocupara que adelantaría un poco hasta llegar a la siguiente estación de gasolina. Como se le había hecho tarde no llegaría a tiempo para la reunión que tenía con un nuevo cliente.
Horacio, recordó la conversación y pensó: «que qué estúpido fue Esteban por no ir en avión, para qué estresarse manejando más de veinticuatro horas», pero eso no se lo dijo y ahora se arrepentía por no haberlo hecho.
Llamó al policía encargado del caso de la desaparición de Esteban y le notificó que él iría en nombre de la familia. Quedaron en reunirse esta tarde en la estación de policía.
Cuando colgó la llamada, hizo una reservación al próximo vuelo disponible.
Llamó a Rosario, la esposa de Esteban.
—Horacio… gracias por lo que estás haciendo por Esteban.
—Sabes que él es importante para mí.
Ambos se quedaron en silencio. No era el momento para sentir culpa, ya que lo que habían hecho no tenían forma de enmendarlo. Y la prioridad era encontrar a Esteban, lo demás no importaba.
—Por favor, no descanses hasta encontrarlo.
Rosario comenzó a llorar.
—No llores, seguro está bien. Recuerda que eso puede hacerle daño al bebé.
Se sintió como un mal amigo; «cómo podía decirle eso, cómo si no importara la vida de Esteban».
Después de tranquilizarla, le prometió volver con él.
Se fue preocupado al aeropuerto; aunque quiso darles ánimos a Rosario y a la madre de Esteban, sabía que si él no se había comunicado; era porque algo grave le había sucedido, él siempre avisaba cuando llegaba a un lugar cuando viajaba. Subió al avión le tomó tres horas de viaje. Al llegar se dirigió a una agencia de alquiler de autos quería tener un auto a su disposición para ir sin inconvenientes a buscar a Esteban.
Se dirigió a la estación de policía. Al entrar vio una pared con una cartelera llena de carteles de desaparecidos; se acercó, al revisar cada uno vio que la mayoría eran hombres y todos habían desaparecido en el mismo lugar donde la policía le había informado que encontraron el auto de Esteban.
El policía que estaba a cargo del caso, le notificó que habían encontrado sangre dentro del auto. Pensó que su amigo había tenido un accidente; pero cuando le mostraron las fotos, no pudieron explicarle cómo el auto se encontraba en perfectas condiciones. Y no había sangre afuera que indicara que se había arrastrado para salir del auto. No entendía por qué había sangre de su amigo si no había tenido ningún accidente, ni señal de que hubo alguna lucha.
Estaba desconcertado, la policía no le dio ninguna respuesta que le ayudara a resolver la desaparición de su amigo y por lo visto a ninguno de los familiares de los desaparecidos porque al salir de la estación de policía, los carteles de «SE BUSCA» estaban por todas partes.
En la acera de enfrente un hombre gritaba:
—¡ES LA MUJER DE BLANCO! ¡ELLA SE LOS LLEVÓ!. —Y señalaba varios carteles.
Horacio, no estaba muy seguro de acercarse y preguntarle a qué se refería con «la mujer de blanco» y por qué se los llevaría, porque se notaba que estaba con efectos de algún alucinógeno, pero era la única persona que por lo menos estaba interesado en los desaparecidos.
—Señor...
—Ella es la culpable. Una noche estaba en la carretera y me dieron ganas de orinar, fui detrás de un árbol y de repente de la nada vi a esa mujer: era hermosa, no había nadie cerca, ni un auto, ella estaba sola.
«¿Qué se abra fumado este tipo?»: pensó Horacio.
—Un auto se acercaba y ella hizo señas para que se detuviera, se subió al auto y sin más comenzó a besar al hombre, algo me aterró, su rostro antes hermoso cambió a uno pálido y demacrado; parecía una muerta viviente. Del susto corrí cómo alma que lleva el diablo. Cuando fui a la policía para denunciar a esa mujer nadie me creyó.
Horacio no los culpaba, quién podría creer una historia así, seguro estaba super drogado.
—Después de eso, por miedo a encontrarme a esa mujer y para buscar alguna explicación de lo que había vivido volví a mi pueblo. Con suerte para mí, encontré a un par de ancianos que habían escuchado varias historias de mujeres que atacaban a hombres infieles, y todas se habían suicidado por culpa de sus esposos o novios infieles.
El hombre insistía que esa mujer era algo sobrenatural.
Horacio lo dejó hablando solo y decidió seguir el mismo camino que Esteban había seguido.
Llegó hasta el restaurante, le mostró una foto de Esteban a la encargada del restaurante, ella recordó haberlo visto esa noche, hasta recordaba lo que había pedido para cenar y luego cuando salió del lugar, pero no vio a nadie; ni nada sospechoso que diera alguna pista del paradero de Esteban.
Volvió a la carretera y después de una curva vio a una mujer, parecía que se había perdido, él se detuvo.
—¿Necesita que la lleve? —Abrió la puerta del auto y la joven mujer subió. Parecía nerviosa, no dijo hacia dónde se dirigía, pero él se imaginó que al ver el lugar ella se lo señalaría.
Sintió la mano de la mujer en su pierna y por la forma en que lo acariciaba, sabía que quería algo más que un aventón.
Ella le señaló una vieja construcción y él sin pensarlo se dirigió hacia allá.
La mujer salió del auto y él la siguió, no sabía por qué estaba haciendo eso, después de escuchar la historia que le había contado aquel hombre, pero la atracción que sentía por esa mujer lo tenía hechizado.
Entraron a la casa abandonada, ella se acercó a él con lujuria en la mirada, lo que lo hizo estremecerse, y lo besó con tal fuerza, que parecía una bestia salvaje que quería devorar su boca. La pasión y la lujuria que lo hizo sentir jamás lo había sentido con alguien.
Sus manos recorrían su espalda con fuerza, no entendía el deseo desenfrenado que esta mujer producía en él.
Por la forma tan brutal con la que ella lo besaba le costaba respirar, intentó separar su boca de ella, pero mientras más lo intentaba parecía que quisiera fundirse a él.
Ella comenzó a besarlo en el cuello y él vio hacia un espejo roto y lo aterrorizó la imagen que se reflejaba en el espejo de la mujer, no era la misma que él había subido a su auto. La belleza de la mujer había desaparecido, su cabellera era gris y la parte del rostro que podía verle ya no era un rostro juvenil; ahora era demacrado, casi sepulcral y con manchas de sangre seca.
Él, se apartó y la mujer tomó su cuello con fuerza, sintió que perdería la conciencia si no hacía algo pronto, con dificultad logró soltarse. Aterrado corrió hacia el auto, con la respiración entrecortada por la excitación y el susto que la mujer le había producido.
No supo cómo llegó al auto, ni cómo colocó las llaves y encenderlo. Sin mirar a atrás salió del lugar.
Temblando, volvió al camino y justo cuando creía estar a salvo, el parabrisas comenzó a empañarse y con terror vio un nombre que quería no ver en ese momento: Rosario, el nombre de la esposa de Esteban.
Sintió miedo al recordar su pecado, el hombre con el que había hablado tenía razón. Él se lo advirtió y no se dio cuenta que iba a su muerte igual que Esteban. Cómo pudo engañarlo con su esposa y lo peor que posiblemente era el padre del hijo que ella esperaba. Pero ahora sabía que iba a pagar por su error. Miró al espejo retrovisor y vio que la horrible cosa que subió a su auto estaba en l a parte de atrás. Cerró los ojos; resignado para enfrentar su fatal destino.






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