Ella se despertó, tenía tantas cosas por hacer, sacó de su mesa de noche un cuaderno y un bolígrafo, se sentó a anotar una idea que había tenido la noche anterior. No se levantó de allí hasta dar forma a la idea, las letras formaban palabras que fluían del bolígrafo, sin darse cuenta escribió más de tres capítulos, estaba emocionada, describió paisajes y personajes que habitaban en su imaginación, los hizo hablar, reír y llorar, cada uno tuvo vida propia y ella los amó, sabía que desde ese momento serían parte de ella y que ya no podría vivir sin ellos, sin compartir sus secretos y sus vidas. Ella tenía el poder de hacerlos vivir felices por siempre o de acabar con sus vidas en un instante, eran su creación y cuando por fin dejó de escribir se dio cuenta que en un abrir y cerrar de ojos tenía ante ella la historia perfecta, la que siempre quiso contar, la que sería su primer libro publicado, pero decidió no quedarse allí, seguiría con su mundo imaginario hasta que ya no tuviera más que contar.
Cuento MANZANITA de Julio Garmendia Cuando llegaron las grandes, olorosas y sonrosadas manzanas del Norte, la Manzanita criolla se sintió perdida. —¿Qué voy a hacer yo ahora –se lamentaba–, ahora que han llegado esas manzanas extranjeras tan bonitas y perfumadas? ¿Quién va a quererme a mí? ¿Quién va a querer llevarme, ni sembrarme, ni cuidarme, ni comerme ni siquiera en dulce? La Manzanita se sintió perdida, y se puso a cavilar en un rincón. La gente entraba y salía de la frutería. Manzanita les oía decir: —¡Qué preciosidad de manzanas! Deme una. —Deme dos. —Deme tres. Una viejecita miraba con codicia a las brillantes y coloreadas norteñas; suspiró y dijo: —Medio kilo de manzanitas criollas, marchante; ¡que no sean demasiado agrias, ni demasiado duras, ni demasiado fruncidas! La Manzanita se sintió avergonzada, y empezó a ponerse coloradita por un lado, cosa que rara vez le sucedía. Y las manzanas del Norte iban saliendo de sus cajas, donde estaban rode
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