Hace días, para escribir «La chica de las cartas», recordé los días de mi niñez, una época que para mí estuvo llena de sueños y de alegría, era una niña feliz que compartía con amigos, jugábamos y reíamos, pero mientras me hice mayor me fui alejando poco a poco, cada uno tomó caminos diferentes porque ya no teníamos nada en común, cada uno hizo una vida aparte, fuera de ese mundo que la niñez creó, esos amigos se fueron quedando en el cajón de mi memoria, así que hoy al recordarlos una sonrisa se dibujó en mi rostro porque recordé los momentos que pasamos juntos, sobre todo los domingos cuando íbamos al cine o cuando hacían alguna travesura y llegaban a contarme porque yo no había ido con ellos, o a mis amigas de la escuela o del liceo que formamos un hermoso grupo, recuerdo cuando salíamos de clases y nos íbamos caminando a nuestras casas y con el dinero que nos ahorrabamos del pasaje lo usábamos para comprar pan dulce, o como cuando hacíamos deporte y éramos muy malas y nos apoyabamos entre nosotras, solo una del grupo participaba en los equipos de basquet y vóleibol del liceo, era realmente buena, fueron hermosos momentos. También me entristeció al recordar a los que fallecieron, los que se quedaron suspendidos en el tiempo y no crecieron a la par nuestro, entristecí porque todos rompimos la promesa de ser amigos para siempre, ¿por qué quién de niño no hizo esa promesa? Aunque ya no estén, en mi mente siguen siendo los niños y niñas que felices iban a tocar a mi puerta para que saliera a jugar o a conversar un rato. Gracias a todos por los momentos de alegría que me hicieron pasar, donde quiera que estén los recuerdo con mucho cariño.
Cuento MANZANITA de Julio Garmendia Cuando llegaron las grandes, olorosas y sonrosadas manzanas del Norte, la Manzanita criolla se sintió perdida. —¿Qué voy a hacer yo ahora –se lamentaba–, ahora que han llegado esas manzanas extranjeras tan bonitas y perfumadas? ¿Quién va a quererme a mí? ¿Quién va a querer llevarme, ni sembrarme, ni cuidarme, ni comerme ni siquiera en dulce? La Manzanita se sintió perdida, y se puso a cavilar en un rincón. La gente entraba y salía de la frutería. Manzanita les oía decir: —¡Qué preciosidad de manzanas! Deme una. —Deme dos. —Deme tres. Una viejecita miraba con codicia a las brillantes y coloreadas norteñas; suspiró y dijo: —Medio kilo de manzanitas criollas, marchante; ¡que no sean demasiado agrias, ni demasiado duras, ni demasiado fruncidas! La Manzanita se sintió avergonzada, y empezó a ponerse coloradita por un lado, cosa que rara vez le sucedía. Y las manzanas del Norte iban saliendo de sus cajas, donde estaban rode
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